23 enero 2024

Un poema viene a verme: "Ítaca"

        Konstantínos Kaváfis (1863-1933) fue un poeta griego, una de las figuras literarias más importantes del último tercio del siglo XIX y primero del XX,  y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna.
Noveno hijo de una familia de ricos comerciantes, nació en Alejandría en 1863, en el seno de una familia griega originaria de Constantinopla (actual Estambul, Turquía), que había emigrado a Alejandría.
En 1882, tras el bombardeo inglés sobre Alejandría (para sofocar revueltas populares contra los extranjeros, y que convertirían a Egipto, a partir de ese momento, en un protectorado encubierto de Gran Bretaña), los Kaváfis se vieron obligados a desplazarse a Constantinopla durante tres años, volviendo en 1885 a Alejandría, que es para él una obsesión, una necesidad, pues esa ciudad era el ejemplo más evidente de la sensibilidad-sensualidad que Grecia vertió al Mediterráneo. Rechaza la protección inglesa y adquiere la nacionalidad griega, lo que le ocasionará problemas. En esta época se interesa por los románticos europeos y por el simbolismo y  comenzó a trabajar como funcionario del Ministerio de Obras Públicas egipcio.
Por deseo propio, nunca llegó a publicar un libro con sus poemas. Únicamente, por iniciativa personal, mandó imprimir dos libretos con algunos de sus poemas que él mismo se encargaba de distribuir: uno, en 1904, conteniendo 12 poemas, y otro, en 1910, en el que ampliaba el número a 27. Asimismo, de vez en cuando, imprimía hojas sueltas con alguno de sus poemas, que luego distribuía discrecionalmente a quien pensaba que era digno de leerlos.


        Elijo este poema de Kaváfis porque recoge perfectamente esa metáfora del viaje como sinónimo de lo vivido, viaje en el que lo importante es el camino y no la llegada, y esta idea la encontramos en una de las primeras obras de la literatura occidental, la Odisea, de Homero, uno de mis libros favoritos.
        Sabemos que Ítaca es la amada patria a la que Odiseo anhela regresar: han transcurrido veinte años desde que salió de ella y, por fin, vuelve, tras superar numerosos obstáculos: cicones, lotófagos, lestrigones, Polifemo, sirenas, Caribdis y Escila, Circe, bajada al Hades, Calipso… El regreso a Ítaca es una metáfora de la vida: como en esta, lo que importa es el camino, lo que importan son las experiencias vitales que hemos acumulado a lo largo de ese camino. La llegada nos ofrece la posibilidad de contemplar todo lo aprendido a lo largo del camino, de VIVIR, y el camino nos brinda la posibilidad de acumular experiencias que nos harán más sabios, mejores personas.
        A lo largo del viaje que es la vida nos encontraremos con nuestros miedos: no debemos temer, debemos vencerlos con la sabiduría acumulada, valiéndonos de nuestro aprendizaje, de nuestro pensamiento elevado, de la emoción  experimentada y de nuestra alma limpia.
        Debemos aspirar a que el camino sea largo, pues más serán nuestras experiencias con las que podremos crecer. A lo largo de nuestro camino conoceremos nuevas ciudades y a personas que alimentarán nuestro espíritu, que nos harán mejores, sin duda, más sabios.
        Recordemos que el propio Odiseo dice que su patria era pobre pero que, a pesar de esto, ansiaba regresar a ella. Esta pobreza física de la llegada contrasta con la riqueza espiritual que nos proporciona el viaje: cuando regresemos a Ítaca, ésta seguirá siendo la misma, pero nosotros, después de todo lo aprendido tras un camino tan largo, seremos otros, mejores. Y cada uno alcanzaremos nuestra Ítaca, por eso las diferentes Ítacas, pues diferentes serán los caminos.
        Para mí Ítaca es una llamada a VIVIR el momento -carpe diem, que decían los romanos-, a alargar esta única posibilidad de plenitud de la que disponemos, esa única posibilidad de ser, sin duda, más sabios.


Ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

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